Bienvenidos a mi casa, totalmente decorada con cuadros varios y escritos de la mísma índole. Espero disfruten lo que encuentren.

Thursday, April 19, 2007




FUESE PUERTA


Yo pude escribir esto porque soy el sabio,

y además porque no hay regla sin excepción
.”

Un Tal Lucas

Julio Cortázar


Juan es un hombre común, con sueños comunes y sentimientos comunes. Nada en su vida se podría detallar o describir como sorprendente, siquiera como sobresaliente. Juan es un hombre común que se contenta con una buena película o con un libro interesante y a veces sueña en ser el realizador de algo como lo que a él le gusta.

Juan es consciente de su condición de hombre común y eso lo agobia. A veces sueña en convertirse en alguien distinto; alguien que no sea común. Juan antes imaginaba cómo se desarrollaría su vida si fuera marcada por una terrible tragedia. Pero la idea de matar a alguien para cambiar su realidad siempre le generó culpa y cuando analizaba sus pensamientos le parecía que eran verdaderamente patéticos, aún si este adjetivo era utilizado de sobremanera en los tiempos en los que vivía.

Juan a veces piensa en el uso excesivo de la palabra “patético” en la era en que vive.

Según él, esto se debe a que finalmente el mundo está comenzando a darse cuenta de aquello que el inconsciente individual, y por lo tanto también el colectivo, comienza a sospechar después del sublime susurro de lo que ya había descubierto el inconsciente.

Esta percepción de Juan no es sólo de su tiempo y tampoco sólo suya. Sus ideas bien pueden haber existido antes o en el mismo instante en personas distintas; o quizás sea que sus ideas no fueron, sino que serán.

Fue un domingo por la tarde cuando Juan advirtió la sospecha que ya se había gestado de un modo inconsciente mucho tiempo atrás. Fue por esta sospecha que comenzó a preocuparse por la temporalidad de su existencia y, en lógica consecuencia, comenzó a confundir sus conjugaciones, si es que las confundió o ya habían sido confundidas, ¿O es que pronto lo fueron?

En una completa desesperación cayó Juan a partir de aquella revelación. Así como lo carcomía aquella inquieta curiosidad—que matara al gato algún tiempo atrás—Juan se fue alejando del mundo que alguna vez lo conoció.

Muchos de sus amigos y allegados cuestionaron la preexistencia del huevo o la gallina: algunos decían que comenzó a confundir las conjugaciones a causa de a sus estudios de laboratorio, mientras que otros defendían la posibilidad de que fuera a causa de su confusión verbal que Juan decidiera dedicarse al estudio del tiempo; algo que, según ellos, era una obsesiva búsqueda de revancha a los fundadores de la lengua. Pero en realidad ya nadie recordaba cómo habían sucedido los hechos por aquellos tiempos en los que todavía eran sus amigos, y ésa era la verdadera razón por la cual discutían.

Fuera como fueran los acontecimientos en realidad, y basados en — lo que se cree, es — el presente, el hecho es que los estudios de Juan sobre la temporalidad de las cosas han llegado a nuestro presente y la evidencia del éxito de estos estudios son para Juan y sólo para él.

Siendo las ocho y treinta horas —si es que esto importa— Juan se encuentra observando la manzana que apareció espontáneamente dos horas antes de que él terminara de ajustar la máquina de transportes en el tiempo.

Debido a la constante obsesión que lo había dominado durante la génesis de semejante invento, nuestro querido científico nunca se preguntó sobre las consecuencias de sus resultados, y no fue hasta dos horas antes de la oficial existencia de su creación, que Juan se cuestionó sobre las posibles consecuencias de lo que estaba por revelar, si es que no lo había hecho aún.

¿A quién debía a dar a conocer el artefacto? ¿Qué haría esta persona con él? ¿Qué consecuencias tendría esto para Juan? ¿Sería un prócer o un maldito? ¿Acaso no sería bueno contar con la máquina, antes de inventarla para así saber que hacer?

¿Acaso podría Juan vivir con la responsabilidad del creador de algo tan poderoso?

—Algo que sí es seguro es el correcto funcionamiento de lo que pronto será terminado—se dijo en voz alta y sin calma.

Al darse cuenta de que esta encrucijada había sucedido también en el pasado, pensó en ir a solicitar el concejo de Galileo, pero esto implicaría terminar la máquina y Juan no estaba en condiciones de dar ese paso en su presente, a pesar de que, aparentemente, en un futuro sí lo estaría. Luego creyó en pensar cómo lo haría Galileo; pero él seguramente le aconsejaría el silencio y diría que “hay cosas que los hombres no pueden saber todavía, ellos nunca entenderán”. ¿O es que correspondería “entendieron”? - se preguntó Juan.

¿Podría acaso, poner sobre los hombros de todos aquellos quienes estudiaran el átomo y su fisión, la existencia de la bomba atómica y las consecuencias que ocasionara?

De pronto la voz de la conciencia pega un grito dentro de su cabeza y ahora todo parece mucho más claro: Una máquina que permite cambios de lo que hoy es y ayer no será, no se compara ni en una milésima a los estudios sobre el átomo sino más bien, a la bomba en sí!

Semejante arma no podía existir y nunca la debería haber hecho. Su secreta existencia debía terminar, y terminar en secreto; los años invertidos debían servir de lección, y la mal entendida conjugación debía continuar incomprendida. Juan debía resignarse a ser un hombre común con el deseo de convertirse, algún día, en el realizador de algo como lo que él admira...

A veces me pregunto en qué momento Juan escuchó el susurro que le dijo lo que lo hizo sentir tan terriblemente incompleto y frustrado; y otras veces también me pregunto sobre aquella persona o ser, que decidiera llamarlo cobarde en aquel preciso momento, y las posibilidades de un futuro silencio en ese instante trágico en el que este presente se desató.

Nihil